-ALLA EN LAS ZARZAS-
Don Gaspar con su cauteloso andar transita como una sombra por los solitarios pasillos de la parte trasera del edificio de talleres. Arrastrando su alma vaga en un ir y venir constante, dando cuenta del tiempo que ha pasado. Ahogándose entre los años que ha vivido en su longeva existencia, cae en una interminable agonía pisoteado por la pesadez de su existencia. Como pesadas cadenas arrastra sus tardos pasos para terminar su ronda matinal. Sobre sus espaldas se derrumba el peso de una larga vida con rígido rictus en su semblante y, entre las lívidas luces se dibuja su silueta que proyecta una sombra deformada.
En su mirada asoma un hondo pensamiento que se percibe oculto en su memoria. Sus profundos espectros de mirada divagando por el espacio, provienen; de un acuoso y cristalino gris rodeado de una espesa gelatina ocular. Sus escasas e ínfimas pestañas rodean unos diminutos ojos que escrupulosos se pierden internamente en la lejanía, allá donde sin pestañear, se clavan…
En la mañana de penumbra, despunta un incipiente amanecer; impávido despertar. En la mayoría de ellos, por esas fechas, sin cambios de notarse, sin embargo; ese día en especial se sentía un tanto decrepito e inanimado. En el horizonte apenas se asomaban los destellos plomizos, acentuados por la apagada erupción solar, brillaron sus tenues rayos. El surgimiento velado del sol señalo más tarde el ambiente helando de la mañana. El cantico de las aves perezoso y débil moderaba a la par con el liviano zumbido del viento al correr.
Don Gaspar se acurrucaba en el sitio con vista al amanecer. Su compañía, un viejo pupitre pintarrajeado por las generaciones de estudiantes que en sus buenos tiempos lo usaron. No deja de apuntar sus pensamientos en la misma dirección e insistente no permite que nada lo saque de su cometido.
-Qué onda don Gas, que haciendo -dice entusiasta a manera de saludo Teto-.
-Que quieres que esté haciendo, no hay más que hacer -con desidia contesta sin despegar la mirada perdida en el vacío-.
-Qué… lo agarramos de malas -tercia Rolando-.
Solo volteó desperdiciando una furtiva mirada para no dejar pasar de largo el saludo y se bloqueó en sus pensamientos. Por un momento no dijo nada y los visitantes hicieron lo posible para no sacarlo de su cavilación.
Ya en otras ocasiones las respuestas de don Gaspar a los comentarios de algunos estudiantes que se le acercaban más, eran de igual manera; hoscos y cortantes. No faltaban aquellos que solo jugarretas le hacían y ante esa situación, éste respondía. Como ya era una persona de edad muy avanzada y ampliamente conocida en la escuela -de alguna manera se mezclaba entre la población de alumnos- se relacionaba con casi todos los eventos y en las actividades de los talleres, esto era a tal grado que, en una ocasión le escondieron su sombrero y por una temporada se vio enojado casi con todos.
-No tuvieron clases o se escaparon muchachos.
-No, no ha llegado el profe y por lo que se ve, tal vez ni llegue -dice despreocupado Rolando al momento de que se sienta en el piso-.
-Lo venimos a saludar, qué ¿cómo anda…? -dice Teto-.
Don Gaspar se le quedó viendo con una penetración en su mirada que quiso leerle el pensamiento. Pasados unos segundos esbozo una mueca sarcástica a manera de risa interpretando la lectura que obtenía de su análisis.
-Ya tate sosiego muchacho, que no entiendes -dice don Gaspar a manera de regaño y condolencia-.
-¡Ah! No se ponga grave, a ver, a usted que le ha pasado -contesta Teto escéptico, se sienta al lado de Rolando y lanza la vara con la cual se distraía-.
-A mi nada, que me va a pasar, además yo ya estoy más pa’allá que pa’acá -encogiéndose de hombros-.
-¡Ahí está, no pasa nada! -advierte también Rolando-.
-Es lo que le digo también -Teto motivado por el apoyo de Rolando-.
-¡No muchachos! Si ustedes supieran las que he pasado… -inicia un relato-.
Hace mucho tiempo… el viejo camino que va al Santo Desierto, ahora ya no existe, pero pa’ la gente que vivíamos de éste lado del pueblo -señalando con la mano tiritando - lo tomábamos con el rumbo de la Tenería y pa’ riba. No todos se iban por ahí, pero era un buen atajo para llegar allá. El camino estaba lleno de unos arbolotes pero re bien grandes, muy, muy altos. Al comenzar el camino no era más diferente que cualquiera que ustedes conocen, pero lo más interesante se veía más en el fondo del tramo en la parte llana del camino, delante de un gran fresno que partía el camino en dos. En ese fresno, en la época de la leva, servía para colgar a los rebeldes de uno o de otro bando. Es un árbol inmenso con un grueso y tecatoso tronco en color gris oscuro, muy oscuro, sus costras son tan gruesas como trozos de requemado carbón….Y en sus fuertes ramas colgaban los racimos de hojas que escondían a los zopilotes y las hurracas listos para terminar con las carnes de los cristianos colgados. Por ese rumbo, no había gente por ahí cerca y se cometían muchas fechorías, claro que endenantes. Por ese tiempo, no era raro que sucedieran todo tipo de cosas y a ojos de todo mundo, pero nadie decía nada, ¡¡¡qué le íbamos a hacer!!!
-En ese gran árbol -continua don Gaspar levantando la temblorosa mano para rascarse la cabeza- …y se sabe por pláticas de la misma gente, no crean que no -insiste- a altas horas de la noche bajo una espesa neblina habita una extraña sensación, algo que sientes que se pasea por todos lados -dice- algo que no se conoce ni se sabe de dónde viene ni a donde va -abriendo sus diminutos ojos- y además nunca descansa por las noches, solo por las noches.
Se quedó en silencio como articulando su esparcido pensamiento.
Como expulsado por un resorte, vuelve su cabeza y dice:
-¿Y Tino donde esta, pa’ donde se fue? -pregunta exasperado, confundido don Gaspar-.
-¡¡¡Quien!!! Ahora que don Gas, de que habla -dice Rolando fuera de sí-.
-Saque de ésa no, ja, ja, ja, -retoma Teto irónico-.
-A ver, ubíquese si, nos está contando de un árbol no sé de dónde, que la verdad ni tengo idea de ese lugar -agrega Rolando queriendo ordenar los pensamientos de don Gaspar-.
Se les queda viendo incrédulo, como dudando de lo que le decían los muchachos y a la vez sacado de balance por qué no recordaba lo que estaba contando.
-Justino es un amigo que vive por La Santísima Trinidad, aquí enfrente, al cruzar la calle, vive adelantito… -explica don Gaspar-.
-Sí, pero él que tiene que ver en esto -agrega Teto-.
-¡¡¡Oh!!! -expresa con una ligera molestia- ¿qué les estaba diciendo entonces?
-Pues del árbol y del camino al Desierto -dice Teto a manera de recordatorio-.
-Ah, sí verdad… ja, ja, ja -Se aclara enérgicamente la garganta- Lo que pasa es qué… bueno, el otro día dejo olvidado su sombrero aquí -retoma don Gaspar-.
Después de una serie de dislates de don Gaspar, los muchachos fueron invadidos por una curiosidad extrema fomentada por sus narraciones, a tal grado que, le pidieron les diera oportunidad de hallarse entre dichos parajes, cosa que de primera intensión no accedió. Poco después solo se limito a decir que él, de manera personal no sabía la forma de llegar allá, (aunque caigo en que fue una manera de quitarse a los muchachos de encima) y continúo manifestando que las veces que lo había intentado había sido imprescindiblemente con la ayuda de un amigo. Sin ahondar más en el tema omitió la descripción de la identidad del amigo. Manifestó que era algo que no se los recomendaba por el grado de extrañeza y sus probables consecuencias. Los muchachos preguntaron la clase de consecuencias a las que se tendrían que enfrentar. Mencionando que se trataba de ciertas alteraciones con el estado de ánimo y un periodo relativamente corto de insomnio durante las veinticuatro o cuarenta y ocho horas posteriores al recorrido. Pero que si se tomaba las precauciones debidas y con suma cautela se podía acceder siempre y cuando se hiciera mediante un guía que conociera el procedimiento y la manera de lograrlo hasta el final. Termino su comentario diciendo que eso solo se podía con la ayuda de su amigo y, por la escueta descripción que dio, portaba un sombrero blanco.
A una hora conveniente, después de sus clases los chavos cruzaron la calle para ir a la tienda de doña Tela. A su llegada se encontraron con que en una de las mesas se estaban tomando unas cervezas.
-Nos vende un par de “viquis” -pide Rolando-.
-Si muchachos, sientensen, pero solo una sí, ya saben cómo es el direc -con su aire pueblerino agrega doña Tela al tiempo de destapar dos victorias- que tal si luego me cierra la tienda, ja, ja, ja, -coquetea-.
-Gracias, si, no se preocupe -dice Teto-.
Entre los beodos de la mesa se encontraba un sujeto de edad avanzada que portaba un sombrero blanco, a lo que Rolando y Teto hicieron un par de comentarios pero como no sabían sobre la fisonomía de la persona amigo de don Gaspar, solo lo vieron y se olvidaron del asunto. Teto se levanto a pedirles lumbre para encender su cigarrillo y aprovecho la ocasión para preguntar al portador del sombrero blanco, si es que conocía a don Gaspar.
-Claro que nos conocemos y ya desde hace tiempecito -dice con movimientos de ebriedad- por qué la pregunta muchacho-.
-Ah… lo que pasa es que también es nuestro camarada, somos sus amigos, y lo conocemos de hace tiempo en la escuela, ya ve que ahí trabaja -dice Teto para establecer un poco de confianza en él-.
-Toda la vida ha trabajado ahí muchacho.
El portador del tocado manifestó que si ellos eran amigos de don Gaspar, también se convertían en amigos de él y, los invito a compartir la mesa. Con síntomas de educación accedieron por un momento, y confiados estaban de qué se trataba del mismo sujeto que buscaban, sin perder tiempo, sus comentarios se enfocaron a indagar sobre las narraciones descritas por aquel viejillo aventurero. Al darse cuenta que sí era la persona indicada, ahondaron un poco en el tema haciéndolo con tal cautela y discreción que, los demás en torno a la mesa, no se enteraran del tema.
Al día siguiente se encontraron en el domicilio del portador del sombrero blanco como lo habían acordado. Bajo la amenaza de lluvia se trasladaron con rumbo a su parcela en una afanosa plática. Tomaron acomodo en un claro de su milpa y bajo la protección de un árbol de durazno comentaron.
-Bueno, como les había prometido van a probar este manjar de San Gaspar, raspa pero… si han oído hablar de aquel lugarcito verdad -dice destapando un recipiente con liquido cristalino paja-.
-Bueno no es lo único bueno que se vende de por allá -advierte Rolando-.
-Y qué tal está -pregunta Teto-.
-Pues nada más prueben, y como dicen por ahí… ustedes dirán.
Degustaron un poco de ese mezcal en lo que era una tarde húmeda por la amenaza de lluvia, finalmente no se logro la llegada del agua y el amontonadero de nubes se disperso. El reposado resulto un poco carrasposo pero para el momento era lo indicado.
-Muchachos esto es lo mejor que yo he probado y dudo que haya mejor mezcal en toda la redonda -advierte saboreando el brebaje.
-Como saber si en verdad es el mejor -pregunta Rolando-.
-Pues al poco tiempo de tomarse unos traguitos, sientes que la cabeza se te entume… ja, ja, ja -sarcástico contesta-.
Envueltos en una aromática sesión, la plática se dio además entre un exquisito sahumerio y en torno a una serie de aventuras sobre lugares jamás escuchados por ellos. Es de pensarse que motivados por los “manjares” dieron rienda suelta a una variedad de relatos de lo más fantástico, vagando por lugares insondables donde la lógica de la vida cotidiana se fragmenta para dar paso a esferas alojadas en distantes entidades. Donde los parámetros desencajan de las tres dimensiones hasta ahora conocidas. Regiones anónimas donde las oscuras luces templan sus vividas tonalidades y despiertan a soberbios horizontes. Donde lo estrafalario se convierte en algo tangible a la mente, y así se dejaron llevar por los humos densos del ocaso hasta sofocarse y con el sol en el firmamento.
Como lo menciono don Gaspar y después el místico dueño del sombrero blanco manifestó que el camino penetraba por un costado del valle de Tenancingo, y ahora Teto, Rolando y él se sumergirían en terrenos poco conocidos por el común de los habitantes de esa zona. (El acontecer de la historia ha tomado muchos matices y, entendiéndose que fueron hechos del pasado remoto, se considera que don Gaspar, de alguna manera pudo haberlos relacionado con los recuerdos vagos de su vida cotidiana de aquellas épocas. En varias ocasiones llego a mezclarlos con cosas que fueron un tanto reales y con otras un tanto de su imaginación). Pero el comentario del famoso periplo que iniciaba en el singular árbol mencionado por don Gaspar va más allá del hecho histórico ya que ahora los muchachos habrían de ser testigos de ese encuentro que de entrada sabían que solo se trataba de una simple fantasía de aquel par de alucinados, uno, ya por su muy avanzada edad y el otro, también de cierta edad, que le seguía la corriente.
Se dice que, al parecer ese escondido sendero solo existía en la mente de don Gaspar, de hecho no se mencionaba nada al respecto en relación de que, por ese lugar hubiera camino alguno que condujera al Santo Desierto. Nadie procuraba tomar esa vía para acudir al citado lugar religioso, ya que llegadas las fechas de la celebración de la Virgen del Carmen, todo mundo optaba por el camino que llega, vía pie del monte. Para ese efecto, había quien se trasladaba por vehículo siguiendo el terroso camino, que por aquellas fechas en el día de celebración de la Virgen, como es tiempo de aguas se convertía en un verdadero calvario para salvar los lodazales que se hacían en el intento por pasar unos de ida y otros de regreso en aquel estrecho camino, y los otros que se tendían por su propio pie y cortaban camino cuesta arriba partiendo del pie del monte. Por este atajo se pasa a lo que es una ermita en cuestión de medio camino sobre la falda del cerro, donde la gente acostumbra llegar con una piedra que toma desde el inicio del ascenso y la deposita en ella como simbolismo de haber pasado por el lugar y dejar una huella en su transitar, este peculiar echo pudiera tener alguna otra connotación pero de momento lo dejamos de ese tamaño. Sin embargo; don Gaspar y ahora también el del sombrero blanco insistían fervientemente en que el atajo al que ellos se referían era real, como estar hablando entre ellos en ese momento. Al llegar al referido lugar, Rolando y compañía fueron partícipes de los siguientes hechos:
A la sombra de aquel enorme fresno tomaron su lugar, una vez entrando por ese espacio sin par y a lo largo de todo el trayecto, la sorpresa fue excelsa. Los relatos iniciaron una vez que sus sentidos se aligeraron a una velocidad vertiginosa que Rolando fue invadido por una extraña sensación que a la vista te podías tropezar con las más variada de las especies vegetales, incluso pudiéramos pensar que, dichas variedades no se encuentran en la clasificación taxonómica de la botánica conocida. Incluso las más exóticas jamás razonadas. Desde unas palmeras achaparradas de robustos tallos en forma de botella que se pudieran desarrollar dentro de los climas tropicales, pasando por una diversidad de cedros y encinos, -o por lo menos así parecían- de las medianas altitudes que se advirtieron más adelante, hasta enormes pinos nórdicos, oyameles y abetos de todos los tipos o similares en la profundidad del trayecto. Todas ellas eran objeto de aparecer a lo largo de ese atajo.
El viaje inicia con un enorme huerto que se desparrama desde lo alto de las laderas y culmina hasta acotar el camino por ambos lados. Es una variedad de palmeras productoras de aceites que encierran un incipiente sopor tipo invernadero, sus tallos, robustos troncos de tachonada vestidura de piel de cocodrilo, sus alargadas palmas casi se entrecruzan por la parte superior del camino a manera de túnel. Aunque en la región del valle no se estila un calor de ese tipo, podríamos pensar que se trata de un lugar totalmente diferente. La temperatura, aunque fue difícil medirla, se podía sentir que se dispararon los grados centígrados por la desesperante sensación. El huerto se encuentra anegado por un manto de agua de poca profundidad invadido de desperdicio de las hojas de las viejas palmas que se desprenden, esto hace una amalgama pútrida que seguramente el sopor se deba a esa cantidad de agua y el efecto de las palmas al cubrir la parte superior despidiéndose un ligero vaporcillo que sofoca a cualquiera.
-El calor es insoportable -hace ver Rolando limpiándose el sudor de la frente-.
-Solo aflojen sus ropas muchachos y esto se va de largo ya que nos aclimatemos -recomienda-.
-Eso espero porque ya me estoy cociendo -tercio Teto muy sofocado y bañado en sudor-.
-¿Qué es lo que se siente al pisar la tierra de este camino…si notan esta sensación? -exclama Teto mirando hacia abajo.
-Es una tierra con efecto de suavidad, como de algodón verdad -agrega Rolando inclinándose-.
-No muchachos son solo ideas… ¡Oh…si, se siente blandito verdad! -exaltado aunque no muy convencido-.
Sobre el camino una extraña capa de reblandecida tierra en terracota con una fuerte tendencia al rojo/naranja, da un aspecto pintoresco al compaginarse con el revoloteo de un sin fin de coloridas mariposas. A su paso, rocas a la deriva sobresalen enterregadas de donde, unos cuantos lepidópteros próximos a los viajeros saltan de sus posaderos, vuelan en movimientos intermitentes y vacilantes por el espacio alejándose de los recién llegados. Otros insectos, son atraídos por el fino aroma de los botones de melosos aceites que brotaban de la base de las palmeras y sobresalen a borbollones del agua encharcada. Los exquisitos colores de las alas de las mariposas son de una rareza inédita mezclándose unos a otros con las rosadas flores en forma de espiga que brotan de los copones de las palmeras, aclaro que son flores jamás vistas en palmito alguno.
-Que es lo que tienen esas palmeras en sus bases -se queda extrañado Teto al ver los racimos de bulbos violáceos de donde gotea un cristalino liquido.
-Son esferas, como uvas gigantes, serán las que huelen… -agrega Rolando¬ tratando de darse una explicación por la forma y aroma que cundía en ese oasis.
-De esos minúsculos coquillos es de donde sale el aroma que se huele -dice el del sombrero blanco-.
-Podemos llevar algunos a casa -propone Teto por lo extraño de ese fruto y la delicia de la fragancia-.
-La verdad nunca he tratado de tomar alguno de esos cocos, de hecho el problema es que no se sabe qué exista dentro de esas negras aguas que encharcan las palmeras y para que nos arriesgamos -recomienda el del sombrero blanco tratando de convencer-.
-Pero que puede haber ahí -tercia Rolando-.
-Exacto, que puede haber -Teto agrega-.
-Les digo que no se sabe, bueno se hablan tantas cosas…claro que todas raras, pero yo no me quiero arriesgar no se ustedes si se quieran meter ahí.
-Porque no nos explica que sucede -insiste Rolando-.
-Bueno se dice que existe una enorme víbora o tal vez algún tipo de reptil que merodea por ese jardín, la verdad yo no he visto nada pero ustedes saben…dicen que es enorme, no sé. Sigamos de frente nos falta mucho por ver muchachos.
A lo largo del trayecto de terracota el vaivén de los insectos ameniza el viaje dejándose rodear por una gama de vellos colores que pintorescos se pasean en torno a ellos. Más adelante.
-Aquí se terminan las palmeras, ¡mira esos árboles¡ -observa Rolando-.
-¡Qué bien está este lugar verdad¡ -afirma como encantado Teto-.
-Oye y que crees que haya en el agua -pregunta aquí entrenos Rolando-.
-Ni idea, ya ves que luego la gente solo habla leyendas…o tu qué piensas -interroga Teto-.
-Pues si verdad -Rolando-.
Dejándose llevar por la guía de los cromáticos lepidópteros se llega a una comarca de árboles de finas maderas a juzgar por el aspecto de su robusto tronco de donde brota un color marrón veteado que se remolinea a contra color del resto del tronco. Los pétalos de sus flores vuelan entre la suavidad del viento despidiéndose un bálsamo de otra latitud. Fueron invadidos por un éxtasis diferente al de las palmeras y ante este hallazgo, el del sombrero blanco manifestó, notan que huele diferente… y a decir verdad, es difícil determinar cuál es el origen de la enigmática fragancia, esto es; si ésta proviene de los flotantes pétalos, de las mismas flores de los árboles o de los troncos de preciosas maderas. Halla atrás el aroma proviene de los coquillos pero en este caso es difícil averiguarlo. Agregó que la característica más peculiar es que la fragancia es estimulante al olfato, que por ese motivo no les fuera a extrañar que de inicio sientan muy suavemente el perfume pero que, al absorberse por las mucosas de los poros nasales y por la humedad de la misma piel se convierte en sedante. En los primeros minutos se acompaña de un ligero dolor de cabeza hasta que se entra en un estadio de tolerancia y que posteriormente te hace alcanzar un esfumado deambular. Esto no se debe de perder de vista ya que los sentidos se ven desequilibrados y se entra en un vértigo por momentos que se puede, incluso perder el equilibrio y caer de manera inadvertida.
-Sabes me siento algo raro, no sé cómo decirte -manifestó Rolando-.
-Si verdad, creo que yo también siento una especie de adormecimiento de todo mi cuerpo -infiere Teto-.
Ensimismados por un ligero tambaleo quedaron absortos sin mencionar una sola palabra. Avanzando cada quien por su lado en una virtual separación, fueron presa de una variedad de distracciones que todo a su paso fue de extrañarse para ellos; se perdían en exploraciones del aborregado firmamento donde cada quien formulaba sus propias hipótesis, no perdían detalle de las aves al surcar el cielo, de algún pequeño roedor al cruzar por el camino y se detenían ante el movimiento de las hojas de los árboles sacudidos al correr el viento, se daban versiones de lo que sucedía en cielo y tierra y, le brindaban todo el tiempo del mundo a insectos que solo se ocupaban de comer y caminar, discernían a profundidad casi filosófica sobre acontecimientos por demás ordinarios y se extrañaban de lo habitual como si se trataran de cosas de otros mundos.
-Mira Rolando no manches, qué es lo que tiene esta mariposa en las alas… mira ven a ver qué color es este -grita extasiado Teto como si se encontraran a kilómetros de distancia de él.
-No cálmate, no sabes lo que estoy viendo aquí, ven…-atónito responde Rolando apuntando con su mano algo difícil de definir-.
-Ven esa nube tan dorada como el oro muchachos…
Para dar una explicación a los síntomas que presentaban manifestó que, serian presos de una efluvia sensación acompañada por un entumecimiento de la vista que te obliga a enfocar detenidamente las cosas que están a tu alrededor y que en solo cuestión de minutos se empezó a denotar. Esto, no importando el tiempo que le dediques a orientar los objetos que te rodean ya que es mejor, a transitar bajo una atroz alteración de los sentidos.
-No se preocupen si sienten tierra sobre la cara, las manos o entre el cuello, es como un polvo que corren con el viento y es muy pegajoso pero de ahí no pasa -dijo el del sombrero blanco-.
Ante esta advertencia no se escucho respuesta de los muchachos, a partir de ese punto callaron y cada cual se ocupo de sus propias sensaciones. Andaban como mudos. La percepción que tenían de sí mismos era que andaban vagando cada quien por su lado sin tomar contacto unos a otros, ni siquiera visual, a tal grado que, podían estirar sus brazos para tratar de tocarse y sin respuesta. Sin embargo, se hizo presente la atmosfera donde cunda un polen que durante el día es imperceptible, se advierte solo porque en la piel se detecta un ligerísimo polvo untado entre las ropas que se convierte en una pomada al mezclarse con el sudor. Se pudiera decir que es el responsable de esa picante sensación. Sin embargo existen dudas y, se les hace responsable de tal hecho a esa extraña variedad de flores de los árboles. Pero lo que sí es de notarse, es que durante la noche, esa especie de polen centellea en una suerte de luz boreal, la luz neón que despiden esas partículas flotantes se hace intermitente en el ambiente al combinarse con los resplandores selénicos que casi siempre están a la vista, incluso cuando no es periodo de luz lunar.
Al finalizar esa región de los misteriosos árboles veteados, en ese punto se pierde la noción del tiempo transcurrido y la distancia andada si es que alguien osara levantarse de su sitio. Después de un indeterminado tiempo se experimenta una sensación de paraplejía en la lengua a la par con una resequedad de la boca, entrándose en una notable deshidratación y una ligera xeroftalmia.
Esto, según datos proporcionados por el del sombrero blanco después de haber concluido la aventura, dijo que; obedeció a un descenso, aunque no del todo, de la beodez. No hubo oportunidad de preguntar a sus compañeros de viaje como es que se sentían tras ese periodo de abducción ya que la sensación era de que cada quien andaba de manera individual, en un aislamiento, en una infinita soledad individual, como envuelto en una esfera sin tener acceso a la del compañero ya que al divisar a su alrededor de hecho no se veían acompañados los unos a los otros, pero sí existiendo la sensación de cercanía entre ellos salvo que no se advertían entre sí.
A esas alturas del camino; la ropa se encontraba adherida al cuerpo por un pegajoso sudor y es lógico pensar que la sequedad de boca y ojos fuera causada por la pérdida de líquidos en el esfuerzo, pero la verdad es que se trata de un verdadero enigma definir lo que causa esos síntomas.
-Tengo una sed que me dan ganas de regresar donde están las palmeras para tragar un poco de agua -expreso con palabras entrecortadas Teto.
-No manches, no puedo ni pasar saliva, habrá donde tomar un poco de agua -pregunta Rolando trabándose de la lengua-.
-Sí, más adelante hay un arroyo. Sí lo ven allá adelantito, espero no les cause desagrado el aspecto del agua, pero está buena muchachos.
-Porque no puedo mover bien mi lengua -pregunta Rolando.
-lo que pasa es que se entume un poquito la punta de la lengua por el polvito que corre con el viento, pero luego se te pasa. Ustedes no se preocupen, no pasa nada, confíen en mí sí, no pasa nada de verdad.
-Y esas montañas tan fracturadas se parecen a las que pinta Ayala en uno que otro de sus cuadros verdad Rolando -hace notar Teto-.
-¡Oh! Si, tienes razón… No había visto algo igual, pensé que solo existían en su mente loca y en ningún otro lugar.
-Les llaman Las Quebradas. Ven como están tupiditas de árboles, pues dicen por ahí no se pude ni pasar por tanta vegetación.
-Ni hablar -Rolando-.
-Los barrancos que forman esas desfiguradas montañas, que de aquí se ven muy por encima, la verdad es que dan a una serie de hondonadas que hasta oscuro se ve por lo profundo y no se sabe si tengan límite el fondo.
El asombro se dejo ver en los paseantes que aunque no se detuvieron, a lo lejos era claro divisar que de las jorobas montañosas, sobresalían crispadas vertientes a lo infinito de sus bases donde el eco del canto de las aves emanaba de esos espacios en lo profundo. La montaña del centro deja caer una fuerte depresión que casi la divide en dos, su profundidad desde que ésta nace es de notarse ya que, por el efecto de la tupida vegetación ennegrece la fractura de su orografía. La montaña del lado Este, más pequeña que la anterior se desgaja en cuatro ramilletes perfectamente delimitados con una apariencia de carpa de circo que se pierde en lo profundo del barranco y, la montaña del Oeste, meseta achatada por su vista frontal se desgaja un acantilado sumamente vertical en caída libre por metros y metros de profundidad según se dijo, de esa inmensa roca aguerridos árboles se adhieren unos a otros entrelazando sus raíces en un intento por no caer al vacío, adosados desesperadamente dan un espectáculo inexistente.
Siguieron de frente; al doblar el camino se pasa por un minúsculo riachuelo que es difícil imaginar que en algún momento dejaran de escurrir sus verdes aguas. Caen de un grupo de amarillas rocas por un costado y, de entre las boludas piedras se arrastran deshilachadas algas acuáticas, se extiende un forro de musgo en un vivo color verde tierno. Se advierte que caminar sobre ellas es más peligroso que tratar de saltar hasta la otra rivera del pequeño arroyo.
-Ahí hay agua -se abalanza Teto-.
-Momento muchacho -al mismo tiempo que lo detiene del brazo y le indica- momento, esa nos es forma de beber esta agua, permíteme hijo.
Afanosamente se busca en la rivera y se da inicio a escarbar una pequeña fosa de una profundidad tal que, finalmente brota un poco de agua para enjuagar sus gargantas. Bajo aquel estupor, no pudieron haber hecho algo mejor ya que se desahogaron de una sensación de pesadez y aturdimiento que terminaron aliviados de los sobresaltos a los cuales se habían sometidos hasta entonces, fueron invadidos por un atolondramiento mental y que por fin se refrescaban un poco en las aguas del arroyo. Entre ellos se ponían agua en la nuca y sintieron un alivio a los pocos minutos. De estar sentados en torno al ojuelo perciben que sus resbaladizas piedras se convierten en un verdadero peligro para cruzar, a simple vista se ven como cubiertas por una fina alfombra musgosa, de hecho por un costado del andador hay un tronco derribado a manera de puente para atravesar con más seguridad y proseguir en ese andar que se intuía, no tenía fin.
Merodear por ese tipo de accesos para profundizar en mundos inéditos como los que en esa ocasión se atrevieron los muchachos no es nada superfluo. Embocaduras inauditas donde solo tienen ingresos algunos y que implica la presencia de un mentor a fin de impedir caer en lamentables consecuencias de insania. No se menos precie que la ficción sea motivo de que rebase la cordura y se caiga en un abismo sin fin por propia seguridad, la conducción se debe observar de principio a fin, porque lo contemplado ese día no se puede desentrañar con facilidad.
Dejando atrás los espacios que iban quedando grabados en la mente de los viajeros, se entra a un paraje donde a lo lejos; en una vista del horizonte se levantan imponentes picos gélidos salidos como de una atmosfera de las regiones más septentrionales. Mas en lo alto, sirviendo el firmamento de lienzo se pintan colores lavanda entretejidos con los dorados rayos del sol poniente. Las nubes en un revoloteado caminar se enrollan en sí mismas. A medida que la montaña pierde altura, ésta se cubre con una espumosa neblina acompañada de nubes densas que bajan y cubren sus imponentes bases hartas de enormes pinares. Un lánguido indicio de un vaporoso lago se percibe al pie de la montaña muy, pero muy a lo lejos que se pierde con la espesa bruma que insipiente lo oculta. Para llegar a él, se estima una lejana distancia y se entreabre una pequeña porción de cipreses, oyameles y pinos entre otras variedades de coníferas como preámbulo a una zona helada. Antes bien se experimenta un notable cambio de clima que va desde el bochornoso de la zona de las palmeras quedando atrás, hasta una inesperada frescura que arrastra aromas a bosque seguramente venidas de las lejanas montañas. Pero esto es solo momentáneo ya que para llegar hasta las montañas primero se tienen que cruzar por unas zonas muy diferentes a lo que se estaba presenciando.
Los cambios de estación o mejor dicho de ánimo eran tan notorios que se apreciaban como cambios en el ambiente que marcaban un paso, tras otro en el viaje, por eso es que experimentaron impresiones de calor y de frio a medida que se dejaban llevar por su recorrido imaginario amen del clima en el momento. Es así como el transito a esta nueva dimensión se advierte cuando inicia una céfira sensación que recorre todo el cuerpo al enfriarse el sudor que invadía las ropas, ésta va en aumento hasta que bajan los grados y se exhala un pesado vapor por nariz y boca que coincide con el esfuerzo de la empinada cuesta. Para entonces, el helado vientecillo que corre se siente que quema al golpear en el rostro, que lo desgaja y lo corta como fino escalpelo.
Por entre el bosque, seres voyeuristas vieron con sigilo la invasión de sus remotas tierras. Los caminantes sintieron las miradas de los disimulados ojos por entre los hierbales y aun así se dejaron llevar sendero arriba. Es verdad que están ocultos, se dieron cuenta, pero sus miradas sobresale tenues entre la penumbra de quién vigila su territorio celosamente. Los tres se alertaron para que dejaran de largo el hallazgo de esa presencia. Iniciaron un penoso ascenso sin darle importancia a las curiosas miradas y de cuando en cuando se dejaba escuchar un sinuoso sonido que si quisiéramos describirlo gráficamente sería un pish! pish! pish! Que iba cada vez en aumento. Con la idea de restarle fuerza a la insegura sensación de ser interceptados o en el mejor de los casos, de ser seguidos, optaron por empeñarse en su objetivo y continuar de frente, pero la curiosidad siempre es de más peso y de repente al mirar a los lados entre los gruesos troncos centellaban los ojillos de aquellos entes. A paso atlético salieron de aquellas miradas acosadoras sin siquiera voltear hacia atrás, solo cuidándose en ambos lados por si acaso quisieran actuar en contra de ellos, sus exhalaciones aumentaron en un exagerado vapor como de locomotora según el trote que agarraron y sofocados se libraron de sus adversario hasta la parte superior de la cuesta.
Al descender se toparon con una troposfera pesada y densa en vapores evanescentes que marcan el final del bosque y el inicio de un cetrino paisaje no menos extraño como extirpado de un sueño. El calor vuelve en el ambiente. Ese sofocante calor que ahoga… Ese cumulo de vahos en tono turquesa se esfuman en el yermo lugar. Sus frentes sudan a chorros de una manera vertiginosa dando pie a disminuir el abierto paso que traían, sus prendas se adhieren a cada paso que dan en un pesado andar. Se detienen y en silencio se dan a la tarea de presenciar las enormes fumarolas que despiden sus vapores por entre una perpetua neblina rapas.
-No puedo más, sí podemos detenernos un momento muchachos -agotado sugiere-.
-Sí, tiene razón, no veo para donde vamos -denota Rolando-.
Tomaron un resuello para examinar con detenimiento la situación, descansar de la agitada pendiente y seguir por un nuevo derrotero.
-Esas inmensas lajas superpuestas son de piedra maciza verdad -dice Teto reconociendo el horizonte-.
-No lo creo… o más bien no sé, se ve cierta textura sobre su superficie, ¿serán de roca? -agrega intrigado Rolando-.
-Bueno si seguimos podremos ver de qué se trata, vamos muchachos y el camino es lo de menos, es todo de frente.
Sin la menor muestra de abatimiento, recuperados y con nuevos aires, optaron por seguir en su cometido, penetrar en ese desolado espacio y tratar de alcanzar el otro lado del dominio de lo verde.
El desértico ambiente se carga de un tufo sulfuroso que manan de las grietas y que brota por entre las estelas geométricas. La calcinada tierra -si es que podemos describir así a esa superficie por donde cruzaron- verdeaba, ardía, sentíase una cálida sensación a cada paso.
Del aceitunado terraplén se levantan densos arenales. A lo largo de toda su extensión se liberan de entre las arenas, varientos árboles de tiesos ramos esmeralda; sus ramas, ausentes de hoja alguna se mecen airadas entre el pesado viento que intenso, corre en el valle. De los estirados árboles y al filo de sus extremidades; consumidas prolongaciones verduzcas terminan en un botoncillo iluminado.
Tomaron por una prolongación hacia uno de los costados de una gran lapida como mausoleo que se erigía imponente.
-Creo que por aquí se siente menos los ventarrones -rompe el silencio Rolando-.
-Sí, lo más fuerte es allá atrás, miren eso muchachos.
-No manches, ya viste Rolando -exclama Teto-.
Al dominar desde su descenso la depresión geográfica, en una mirada panorámica se aprecia ahora en mayor numero, como sobresalen grupos rocosos fortuitos que se exponen por entre el esfumado suelo. Rolando hace notar las estelas de aplanada roca. Altísimas siluetas silenciosas dominantes de su territorio, perpetuas efigies enigmáticas. Paisaje de puntiagudas elevaciones se alzan en diversos tamaños, formas planas y alargadas, estiradas de vivido color turquesa. Aterciopelada superficie al tacto con accidentadas perforaciones de lado a lado en alongadas formas -de donde parten lánguidos resplandores- hacen su presencia como silenciosas losas planchadas.
- ¡No! no intentes meter la mano ahí, no sabes si tengan alguna consecuencia, esas piedras escamosas no son comunes de dónde venimos -hace la observación Rolando a Teto-.
-Que puede pasar.
-Lo mejor es no tocar nada, recuerden que solo nos hallamos de paso y lo mejor es mantenerse sin esa curiosidad muchachos.
Pasaron de largo por el inerte lugar. Sin la menor seña de forma de vida conocida, se filtraron por lo que fue; la experiencia de un paisaje yermo y estéril. Con la firme idea de salir de esa imagen tridimensional a escala maniática; su objetivo era alcanzar las partes bajas de las grandes montañas, aquellas que divisaron en la lejanía momentos atrás y que para entonces había quedado como en el olvido.
-Aquí van a tener que ayudarme muchachos, ya estoy viejo para esto.
-No se preocupe deme la mano -dice Teto- quien se adelanto por la escarpada subida.
-Yo lo empujo, usted aguante.
Por el aplastante esfuerzo que denotaron, más bien me atrevo a vaticinar que, solo querían abandonar su agotante empresa y salir de las entrañas de su sueño enrevesado, pero ellos no desistían. (Ir al CD y escuchar mientras se lee: Several species of small furry animals gathered together in a cave and)
Llego el momento en que no lograban ver a más de seis o siete metros a su redonda. En lo neblinoso del lugar se inicio un movimiento agitador elevándose los vapores hasta casi cubrirlos por completo. Disminuyeron la velocidad de su marcha con el objeto de evitar que la neblina se alborotara aún más. No dio resultado su procedimiento, la neblina siguió ascendiendo. Aunque si lograban continuar con su avance, éste se torno más incierto y optaron por seguir por una vereda en dirección que, solo por su instinto se dejaron llevar. Un sonido al final de su trayecto lo tomaron como guía, un sonido cavernoso y de profundo eco de un grupo de aves de extraña especie o de alguna forma de vida que se le parecía. Las notas estruendosas de aquella colección de aves se fueron agudizando a medida que su paso se acercaba al final de ese trecho. Sus sonidos ahuecados como rechinidos eran indistinguibles pero, se apreciaba que eran de algún tipo de aves alojadas en una amplia cámara que de seguro se encontraba hacia al final de su trayecto. Sin saber hacia dónde seguir, el hecho lo tomaron como derrotero con la esperanza de salir lo más pronto posible.
El viento sopla y a su paso se desvanecen los sonidos de aquel aviario.
-Esto es un espejismo auditivo -exclama Teto desanimado-.
-A donde se fueron las aves -menciona Rolando fuera de sí-.
-Que fue lo que paso, estaba casi seguro de que las encontraríamos por aquí, la ultima vez nos sacaron de este lugar sin nombre -dice angustiado el del sombrero blanco-. Éste, por más que lo intenta no puede ocultar un toque de desesperación ante la situación, su agonía se siente en el ambiente.
-Y que sigue entonces -exige Rolando-.
-Bueno… calma, calma muchachos.
Tuvieron que detenerse en su expedición y sin emitir palabras no ataron por donde seguir, sin ni siquiera saber cómo se consumía el tiempo permanecieron atónitos hasta que finalmente retomaron el camino. Su marcha es con destino ignoto y a libre albedrío se desvían por un marcado sendero que a su ascenso se empezó a limpiar de la nefasta neblina. La esperanza se dejo sentir y entraron en una confianza notoria. Por fin vieron su salida del paralizado valle con rumbo a las montañas. El viento de las altas montañas se unta en sus rostros y esbozaron otro semblante al sentirse liberados; se enfilan uno a uno por el estrecho ascenso. En su penosa marcha van ensimismados pero con buenos ánimos. No hay comentario alguno, solo piensan en salir de ahí.
El ascenso fue por lo que sería un sendero para cabras ya que cabía solo un paseante a la vez, sobre el acantilado formado por las faldas de las montañas se advierte un desolador valle que se pierde en el horizonte, pero eso queda atrás. Una que otra roca despeña al vacio que por accidente salen del camino, el penoso ascenso es, no solo por lo empinado de la cuesta, sino por lo accidentado y lo peligroso del sendero. A lo lejos solo las fumarolas elevándose hasta lo alto de las densas formaciones de neblina se confunden unas y otras dando un aspecto tétrico y hosco al valle de las enormes rocas geométricamente formadas que, momentos antes dejaban en lo lejano de su imaginación. Faltaba la luz en el horizonte y la fosca pared de laja de la filosa montaña solo oscurecía aun más el andar hacia lo alto.
-Tengan mucho cuidado por donde caminan, como lo ven un paso en falso y no la contamos muchachos.
-Es increíble como fuimos invadidos por esta extraña penumbra -dice Rolando-.
-Si nos agarra la noche por aquí sí que no vamos a ver nada -agrega Teto un tanto preocupado-.
-No sé cómo explicarlo pero solo es cuestión de salir del paso de este escenario, no sé si se han dado cuenta pero, son como capítulos de uno y otro fragmento de lo que vemos muchachos.
-Sí, creo que si ha sido así -Rolando jadeando por el esfuerzo-.
-Bueno y que tan alto vamos a llegar -Teto exhausto-.
La pavonada pared del acantilado -azulosa casi negra- con tapias enmendadas y baldosas resbaladizas, pinta sus escurridas y mohosas piedras en el camino. La gran montaña se convierte en el preámbulo de las prominencias nevadas. Aquellas en las cuales se divisaba en lo profundo, el esfumado lago donde sigilosos los bosques de coníferas daban con el paso al Santo Desierto, tan anhelado lugar para salir de su visión. Sin otro objetivo en mente, solo segados por encontrar la manera de dejar atrás episodios enmarañados de una realidad ilimitada, siguieron para encontrarse con su destino.
El terraplén de descanso después de la cuesta se extiende por una gran superficie. Ahí predomina una ligera bruma que no se presta más que, para divisar solo un enjambre de pequeños cráteres que guardan agua de la estación. Sus oscuras tierras desentonan con la blancura de la arena que desborda de ellos, unos al lado de los otros forman una geografía reticular entre varales cenizos. En aquella colección abundan putrefactas aguas de tal hediondez que el vaporcillo que mana, aun que no molesta, sí perturba aun más la vista en el horizonte. Al cruzar por aquella zona, la estrecha planicie se extiende de Norte a Sur, como de unos doscientos a doscientos cincuenta metros de largo por unos veinticinco o treinta de ancho. Al Oeste, el devastado valle quedaba en un recuerdo donde no hacían ni el menor esfuerzo de voltear. Al Este, una fortaleza en forma de muralla impenetrable y con una altura descomunal del tamaño de sus ilusiones. Desahuciados por el panorama insalubre y aún más por lo agotador de su empresa, se derrumban solo de pensar en la manera de poder terminar de una vez por todas, y salir de ahí de la forma más rápida. Sus piernas empezaban a flaquear por el paso cuesta arriba. El mantenerse bajo una serie de emociones de una cualidad inexplicable, no era una tarea fácil. Persistir a la expectativa de lo que el viaje les presentaba a su paso -por todo el tiempo que ya llevaban en pleno trance- fue motivo de una especie de ebriedad. Ésta se acompaño de una sensación nauseabunda para no poder más, tal parecía que era un cuento de nunca acabar, pues, una tras otra eran obstáculos para no abandonar ese viaje interminable.
Por entre los cráteres desfilaron hasta llegar a otro ascenso menos penoso que el anterior, a partir de este momento se siente que el ambiente refresca por la corriente que baja de las altas montañas. Pasadizos de roca acompañados de los ventarrones de los altos, succionan la neblina gélida de las partes bajas y pasa rasando por entre los paseantes. El sonido de un grupo de aves -tal vez aquel grupo escuchado con anterioridad, minutos u horas antes- hace difícil definir espacio de tiempo y dimensiones de distancias transcurridos, pero se dejaron escuchar causando una repulsión transformada en un calosfrió para Rolando, quien menciona su asombro por lo inadvertido de sus cantos. Que fue eso, menciono. No había escuchado ese tipo de sonido desde la última vez en que la tomaron como base para dirigir su marcha en ese sentido. Parecen unas aves venidas de lo profundo de la neblina que da a la gran muralla, mencionan. Más adelante hay una profunda hondonada que atraviesa de lado a lado de esta franja -refiriéndose a la planicie de los cráteres- prosigue dando una pequeña descripción de esa profundidad inexplorada para decir que; muchachos solo vamos a pasar un puente colgante que es lo único que nos separa del acantilado. Según se sabe, el puente fue colocado por los primeros habitantes de estas regiones con motivo de las múltiples expediciones que se llevaron a cabo en la época antigua. Por estos rumbos se traficaba con metales preciosos extraídos de las minas de Taxco y que dan al otro lado de las grandes montañas.
-Pero, Taxco queda muy lejos de aquí, bueno no sé donde andamos pero supongo que estamos lejos de ese lugar - agrega Rolando-.
-Lo único que les digo muchachos es que aquí donde nos encontramos, para efecto de las distancias, es cuestión del tiempo que te enfoques en ellas mismas.
Continuo diciendo que; se trata solo de sensaciones en razón del tiempo en el que te encuentres en ese momento, si te esfuerzas en pensar efusivamente en una distancia, en un trayecto, éste termina haciéndose muy largo dependiendo de cuánto tiempo le dediques a pensar en él, ¿cómo les diré muchachos? -se interroga a sí mismo- bueno no sé cómo explicarles pero, no se fíen que aquí solo es cuestión de un efecto de la distancia que según nosotros hemos recorrido, esto es; la idea de distancia en éste único caso es cuestión de tiempo, si caminamos por este pasaje hasta alcanzar el agotamiento, quizá no se deba a que recorrimos una gran distancia, más bien se debe a que en nuestro esfuerzo solo se llega a la languidez pero es mental, porque en realidad no estamos caminando una gran distancia, no sé si me explico, en realidad no estamos caminando grandes distancias, solo existen en nuestra mente, si está claro. Ambos se quedaron viendo con interrogantes por la explicación, pero la verdad, ninguno llegó a digerir nada de lo mencionado. (Ir al CD y escuchar mientras se lee: Sysyphus parte 3)
Un avejentado árbol de torcidas ramas fue motivo de admiración por su aspecto. Presentaba una corteza arrugada en color amarillo terroso, sus ramas alargadas y sin hojas se movían al son del viento que corría. En su tronco se arremolinaban los nudos de su enfermizo tallo. Rolando fue presa de una melancólica sensación que definitivamente no quiso acercarse ni siquiera de paso. El camino que seguían daba por un costado y ni así quiso acercarse.
-¡Qué onda, que tienes Rolando! -pregunta desesperado Teto-.
-No sé, pero no quiero pasar por ahí -dice angustiado desde su sitio sin quererse mover-.
-Que pasa muchacho, que te detiene.
Rolando se deja caer de rodillas al suelo. En su rostro se pinta una angustia y desesperación, un rictus tenso se apresa de su rostro y sus ojos se desorientan en lo que lo rodea.
-¿Qué tienes muchacho, no me espantes, que te sucede?
-¿Qué onda Rolando? ya no manches -espantado pregunta Teto-.
Rolando se deja caer ahora de espaldas, su respiración se acelera de manera notoria por su incesante jadeo. Se acercan a su alrededor a prestarle auxilio, lo ven de cercas y admiten un rostro pálido como la cera, el movimiento de su cabeza es como si estuviera negando algo y con los ojos cerrados.
-Vamos a dejarlo un momento que se relaje.
-Bueno, a ver si se aliviana verdad.
-Sí creo que será lo mejor.
Al cabo de unos minutos de contemplación, Rolando se recupera de su angustiante sentimiento y hace el intento por levantarse. Es ayudado en su recuperación y lo interrogan en su estado de ánimo. Solo les contesta que se siente mucho mejor y que pueden proseguir. Sin más detalles eso es lo que hacen y pasan por un costado del árbol que intenso sigue con su eterna pelea con el viento que corre. Rolando no lo deja de mirar inseguro a su paso hasta que lo deja atrás. A tres cráteres antes de subirse al puente colgante aparece una inmensa hondonada de donde se despiden vahos de lo profundo. Un agudo sonido del fondo ininterrumpido se deja oír, el estruendo lo identifican como una gran caída de agua o un turbulento rio que se desplaza limpiando la cañada en su huida. No se deja ver lo que hay allá abajo, solo escuchar el fragor que enchina la piel.
-Qué le paso a Rolando -pregunta entre nos al del sombrero blanco-.
-No lo sé, pero supongo que son los altibajos que demandan estos menesteres, toma en cuenta que la mente llega de repente a agotarse muchacho.
-Si verdad.
A Rolando se le veía más tranquilo y se acercaron al puente. Para empezar la primera incertidumbre era que si ese puente los podía a los tres al mismo tiempo o si era pertinente que pasaran de a uno a la vez. El paso había sido diseñado para pasar individuos cargados con pesados bultos que bajaban de los lomos de las bestias al llegar a ese punto y pasarlos a las otras que aguardaban del otro lado del puente y así seguir con la travesía. Pero en las condiciones de antigüedad que se apreciaba dejaba una profunda duda. El puente estaba formado por cuatro gruesas sogas, dos para la parte inferior que soportaba el entablado -aunque por la antigüedad que denotaba se veía aun en buenas condiciones- y dos para la parte superior que le daba seguridad a los transeúntes a manera de pasa manos. Las sogas se veían fuertes pero por su crujir a las pisadas les hizo pensar que podían reventarse y caer al vacío, esto se puso difícil, no digamos por el estado de ansiedad en el cual se vio envuelto Rolando minutos antes, y ante este hallazgo estaba de pensarse.
-Qué antigüedad se supone que tiene este singular paso -pregunta Teto-.
-Esto se ve muy viejo, quizás funciono de recién pero a estas alturas, dudo que nos vaya a soportar a los tres -dice Rolando, pero ya más tranquilo-.
-Mis queridos muchachos les ruego que no pongan en duda la condición de este paso que, para poder salir de aquí solo existe éste como la única alternativa y, desde ese punto de vista no contamos con otro medio para lograrlo. Y siendo así no nos queda otra opción que confiar en él.
-Bueno siendo así, no nos queda más, adelante, como ves Teto.
-Pues ya qué -dice no muy convencido-.
Cruzaron el puente uno tras del otro en un frenético desequilibrio ya que el zangoloteo era demencial pero finalmente alcanzaron el otro lado del puente siguiendo un camino bien marcado y con otro tipo de panorama. Dieron pie arriba hasta alcanzar la cumbre. Ahora se pintaban los primeros matorrales de lo que se esperaba un nutrido bosque, la vista se empezó a limpiar y se divisaron los primeros cedros a los lejos, uno que otro abeto rojo y algún oyamel entreverado se dejaron ver. El sol inicio su ascenso y todo lo nefasto de la oscuridad se transformo en luz, las nubes se agolpaban en lo alto e interrumpían el brillo del sol pero se interpretaba que era de día.
-Creo que llegamos al balcón de San Elías muchachos -jadeando y con todo el entusiasmo de quien da por terminada una larga jornada-.
-¿Usted cree que llegamos?
-Eso espero, vamos a seguir por este que se ve, es un camino bien andado y espero nos saque hasta allá, que de hecho a algún lugar tenemos que aterrizar.
-Otra vez a subir -reclama Teto-.
-Ya vamos a llegar maestro -se anima Rolando-.
-Y como sabemos que eso es cierto -casi desesperado Teto-.
-Bueno muchachos se empiezan a ver los primeros pinos y por el tipo de vegetación pienso que sí.
-Ojala -ya nada más para no dejarlo de largo.-
(Ir al CD y escuchar mientras se lee: Sysyphus, enlazando parte 1 y parte 2, en ese orden)
Aun bajo la despistada sensación que se vino presentando desde que iniciaron su recorrido y con un nauseabundo sabor de boca, su andar se tradujo en un pesado caminar con movimientos cada vez más inciertos y hostigosos, con una pesadez física y mental. Cansados de que sus sentidos vagaran, declinaron en un momento en que por el mismo esfuerzo era inminente recapitular en su juicio para aterrizar en su realidad. Ante la perpetua disipación de la mente y la constante fabricación de quimeras, la distención fisiológica mermo y agotada, como auto reflejo a la conservación despertó en incipiente lucidez a la apreciación del tiempo y el espacio. Esto fue como un ¡tris! a la realidad y se miraron los unos a los otros, sus intentos por una pronta orientación no les permitió ubicarse en la época y el ámbito en ese momento. Perplejos, sin articulación de palabras, pasmados hicieron trabajosamente un esfuerzo por asociar sus ideas que solo dio resultado minutos después y a duras penas.
La esfumada lluvia se mantenía constante, casi cerrada y aun así se definía como de día. Un poco de sol, tenue, momentos salía momentos no. A mitad del barbecho el lodazal adhería los zapatos de los paseantes que por momentos sus pasos, pesados los mantenía pegados al suelo.
-Estoy empapado, y tu Rolando tienes toda la espalda llena de lodo, maestro.
-Quítate la camisa y dale una enjuagadita con el agua del arroyo muchacho.
-Si verdad -sin dar crédito a lo sucedido inicio con la tarea-.
-Y los zapatos…!allá esta su sombrero¡.
-Ah, sí…
-Tengo tierra hasta en las orejas.
-Que yo me acuerde, antes de iniciar la lluvia corría un fuerte viento levantando polvo y tierra.
-Hay que salir de aquí.
-Lo bueno es que se está pasando la lluvia y creo que es hora de irnos muchachos.
-Por lo visto nos llovió varias veces verdad Rolando.
-Algo así…está mi camisa muy rasgada -con tremenda jaqueca trata de darse una idea por lo que habían pasado-.
-Pues es que hay zarzas…
El sitio donde se encontraban distaba del lugar donde iniciaron -al pie del árbol- pero, a no más de cuarenta o cincuenta metros cruzando el camino real. Se vieron obligados a pasar por entre unas matas de zarza y floripondios, ya que su paseo se transformo en un ir y venir por entre el jornal y los ramales. Un pequeño arroyito se interpuso en ese sitio donde ahora, yacía crecido de aguas por las constantes lluvias del temporal. A un extremo, un tronco derribado lo salvaba como paso obligado y un destartalado puente de viejas maderas por el otro lado. ¿Donde quedo entonces, todo lo que experimentaron? ¿A dónde se fueron aquellas praderas de exuberante vegetación y raras aromas? Aquel viaje solo se extendió a lo largo y ancho de su mente y físicamente su recorrido se limito a unos cuantos pasos de donde iniciaron y en dar y dar vueltas en el barbecho, las tupidas matas, entre el arroyito y lo que antes era un puentecillo.
"RELATOS BANDA" la visión de una época en la que el ROCK era, es y sera un pilar en la personalidad de ROLANDO PACHECO...
lunes, 9 de noviembre de 2009
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