ROLANDO PACHECO
En la plaza central de la ciudad se escucha el trinar de las aves negras cual viles urracas agrupadas en una multitud, entre las copas de los árboles de una y otra esquina los zanates revolotean en un incesante bullicio al pardear el sol, la plaza es espaciosa, con un pavimento adoquinado en bloques grandes roídos y acabados por el tiempo.
Fresnos y abedules se levantan por entre las baldosas viejas y renegridas tan altos como las mismas nubes, en sus gruesos troncos se develan los ayeres de la ciudad que han trascendido con sus cientos de historias que contar, una y otra vez se han podado y una y otra vez sus ramas les han brotado, sus edificios lucen con elegante cantera de antaño; el palacio de gobierno y el hotel jardín, y en el extremo oriental su parroquia fastuosa rodeada de jardines en su gran atrio. Edificios y comercios reunidos en torno a su kiosco lucen armónicos en la plaza de mil colores.
Se respira tranquilidad provincial acogedora y pacifica de cálido clima, donde todo mundo se dedica a lo suyo y se murmura de todos los demás en detallada comunicación de los asuntos ajenos, lugar donde se elaboran los rebozos de finos hilos que han trascendido por las fronteras más lejanas, hechos por manos expertas y como parte de una noble tradición viejísima, desde sus elementos primarios como las tintas hasta los hilares con los que se tejen las prendas de elegantes estilos en rústicos talleres en telares de madera, rebozos de delicados tejidos con diseños refinados y pulcros, de exquisito y detallados puntillos que embellecen sus remates. Donde el ambiente de su gente es cordial y con esa sazón de que todos se conocen y comparte sus creencias y misterios, sus tradiciones y leyendas, sus gustos y sus pasiones, sitio donde el vino corre y se fabrica un licor de frutas de fino linaje, un “mosquito” para degustar, es una de tantas tradiciones de la ciudad que sigue imperecedera por los años y reconocida por propios y extraños.
El barrio de la capilla de Jesús a inmediaciones de la plaza de toros fue testigo del nacimiento de Rolando, en un momento en que las avecillas entonaron sus melodías majestuosas y dieron a luz las flores más exóticas de rica fragancia, en una tarde de júbilo y bullicio. Hijo de una familia típica del lugar, de padre pintor y madre ama de casa, gozó de apapachos y cuidados sin miramientos, todos los dotes en torno a él, todas las caricias desbordándose e irradiándose hacia él como único poseedor de dicha y amor, cuidados recargados de unos y otros, todos los mimos a manos llenas, llevado y traído por las calles y entre los caseríos sin parar, abrazado por manos de todos lados, inquieto y conocido por doquier, ese era Rolando y así fueron sus primeros años de vida…
Un día nublado, opaco y de afligido amanecer de color plomizo, con jardines de flores marchitas y desvanecidas, de aves varadas solfeando lamentos de triste melancolía, con un sol desconsolado que no quiso salir y un cielo deshecho… un agitado aire helado corría como alma que lleva una profunda pena; se presentía un triste acontecer que a Rolando lo dejaría marcado para su existir, como huella indeleble difícil de ahogar y como estigma perverso en su alma y su ser, aún que no logró darse cuenta de lo sucedido, su intuición fue superior, su corazón se desplomó, sus ánimos se vieron mordidos por algo que suponía estaba por llegar, supo o presintió lo inevitable, supo que la luz que lo guiaría se había extinguido y de la gran soledad que le esperaba, en lo mas recóndito de su ser sabía que arrastraría una pesada pena convertida en cadenas, siguió en su peregrinar lleno de inquietudes y sin darse cuenta de lo que había perdido, algo que marco la diferencia en su vida y no lo notó en toda su intensidad hasta mucho después y sin reproches.
En el ambiente se respiraba una insólita tristeza con una atmósfera llena de luto, llantos y tragos amargos, lágrimas que rodaban desoladas y una féretro que jamás volveríamos a ver… prendidos los cirios que despedían un aroma llena de desgracia para todos, las flores de nardos adornaban la caja y embebían con su fragancia que golpeaba y restregaba aún más el dolorido acontecer, amargo día que no daba ninguna explicación, nadie daba una explicación, aún levantando los brazos al cielo para reclamar; a que se debió… no hay respuesta para nuestras desgracias, para esta y muchas desdichas no hay respuestas, nos parecen actos salidos de malévolos designios dirigidos por hirientes intensiones donde solo nos queda sopesar los destinos más insensatos quedando desprotegidos unos a otros de las desventuras que nos asedian. La criatura no se encontraba en tan fatal escenario donde yacía su madre, en el lecho eterno del que nunca se volvería a levantar, sin embargo, los dolientes solo una pregunta se formulaban, y ahora Rolando…?
Todo aconteció de manera natural en torno a su vida, solo que ya no se encontraba su madre, fue como si de repente solo se hubiera esfumado y desapareciera para siempre, nunca más la volvió a ver, ante todo esto surgieron cambios de manera compensatorios y con el afán de que los cercanos eventos se fueran disuadiendo con el tiempo, algunas de las caras familiares se empezaron a perder, ya no se veían como antes, se perdieron para nunca más surgir, fisonomías nuevas aparecieron en su vida con las cuales tuvo que iniciar su travesía.
Hubo una necesidad imperiosa de cambiar de radicación y migrar al barrio donde creció hasta su juventud, en parte, por el deceso pero también como un acuerdo. Sus calles estaban en mal estado, en un abandono muy notorio con hoyos por todos lados, de un empedrado inservible y tormentas de tierra que se levantaban en los tiempos de ventarrones, para las épocas de lluvias, se encharcaba el agua de tal manera que se hacia una tremenda laguna a mitad de la calle, en torno a ella se reunía la plebe a jugar echando barquitos de papel y objetos que flotaban usados para jugar, unos con canicas, otros al trompo y al balero, era una delicia andar por aquí y por allá explorándolo todo. En la casa de uno de sus amigos; el Mar (Martín), solía ser común andar merodeando en el carrizal, era una construcción vieja y de carcomido adobe con un patio trasero amplio, tenía al fondo toda una selva de carrizos con una extensión que daba hasta la casa del otro lado de la calle, ambas se comunicaban mediante esta selva de bambúes donde era una verdadera experiencia andar jugando a las escondidas y con los retoños de los carrizos, los cuales tenían la forma de una botella con un ramillete de hojas en la parte superior a manera de espoleta, se empleaban como proyectiles y era un festín lanzarlos contra el oponente, en una de esas múltiples aventurillas, al correr despavorido por entre los pasadizos del carrizal, Rolando tropezó y se fue de bruces cayendo por fortuna primero con sus brazos y después de manera inevitable, topándose con la punta de un gran carrizo sesgado, el golpe fue contundente y justo en la parte superior de su ojo izquierdo a la altura de su ceja propinándole una tremenda herida sin mas consecuencias que la simple abierta de la piel, la escena fue un drama para todos seguido de suspenso, gritos y llanto, al salir del carrizal todo fue un gran alboroto hasta que le avisaron a su mama y fue atendido de su dolor.
Sus días fueron trascurriendo de manera casi normal ya que por su corta edad en que ocurrió el deceso, para entonces todo había quedado en el olvido, su vida era aparentemente otra, en la escuela y en su barrio donde había bullicio, él estaba, ahí andaba metido por doquier, la calle era una extensión de su casa, era como el patio de su casa, ahí vivía y vivió sus más gratas y variadas experiencias, golpes y tropiezos, allí creció.
En una ocasión su asombro a lo desconocido lo dejo pasmado, la extrañeza a un hecho perturbador lo desconcertó de tal manera que pocas veces manifestó la gran conmoción que aquel encuentro tan desagradable le ocasiono. Un estremecimiento que en su vida lo había experimentado, en aquel entonces no supo, de que manera reaccionar ante tal evento por demás ignoto, incierto y de origen infrahumano. Solo la proeza de un individuo con consciencia clara y sensata debió de reaccionar de la misma forma, en que a su juicio solo así pudo tratar de sobreponerse y evitar lo peor, en un instinto de conservación natural a la reacción humana y sobria que tenia como alternativa ante tal efigie, haya sido ésta, imaginaria, de lo psíquico o real, pero se poso frente al él. Un ente inverosímil e inmóvil, inerte y silencioso colgado por una tiesa cuerda que representaba la misma malignidad, ocluyendo su cuello y prendido de una de las ramas de la hilera de pascuas que bordeaban el baldío al final de su casa y colindando con la gran pared de adobón. Su desfigura se asemejaba más a la de una bestia con fisonomía de un borrico de color uniformemente rojo encendido y ojos perdidos y penetrantes... difícilmente de olvidar en la mente de Rolando. Su reacción más inmediata solo fue huir del lugar con el corazón en la mano queriéndose reventar por las fuertes palpitaciones, sus desnudos ojos desorbitados no se movieron por un instante y sus párpados permanecieron sin movimiento. Con las zancadas perturbadas y titubeantes salió en desbandada sin la menor intención de voltear ni siquiera de reojo por un momento, esa experiencia la mantuvo muy a flor de piel en su memoria, y a la vez, no la compartió con nadie más quedando rezagada y diluida en el pasado.
Dentro de sus andanzas, hubo en particular un hecho que le aconteció y lo dejo tieso en su mente: A bordo del auto con su papá, un auto color rojo tinto quemado con interiores en el mismo tono, Rolando viajaba de pie en el asiento posterior, soportando el vaivén de las curvas de la carretera a Villa Guerrero, agitado, estremecido, se sacudía con movimientos violentos, con el corazón palpitante, excitado, nervioso, las manos sudorosas pero agarrándose fuertemente del respaldo equilibrando las sacudidas, tenso y a cada curva sentía que se le salían los ojos de las orbitas y el corazón trabajando con una aceleración descomunal, un sudor gélido resbalaba por su frente y espalda, tan helado que le transmitía un perpetuo temblor a todo su cuerpo, sentía que sus arterias le iban a estallar, sus labios resecos se veían casi blancos y la boca pastosa y con una sabor a tripas, no emitía sonido alguno, turbado por los barrancos abismales sentía que lo devoraban en cada curva, al llegar al lugar se empezó a tranquilizar y respiro profundamente un aire de alivio que pensó que nunca lo iba a lograr, su tez de un color cadavérico totalmente desencajado lo delato, su padre le pregunto que le ocurría, sin saber la respuesta no pronuncio palabra alguna, se acerco y lo miro, vio que su mirada era desorbitada, Rolando trataba de organizar sus ideas, sentía un ligero mareo y una especie de nauseas, no sabía donde se encontraba y le dieron ganas de sentarse:
- Que te pasa Rolando.
- No lo se… tengo miedo.
Un silencio de escasos segundos.
Ambos enmudecidos... y de pronto rompió el silencio diciendo;
- No, hijo no pasa nada, todo va a estar bien.
Lo abrazo y lo estrecho contra su pecho para sanar su miedo… De regreso disfruto del paisaje, no sintió las curvas, no sintió el viento, no sintió miedo…
En la plaza central de la ciudad se escucha el trinar de las aves negras cual viles urracas agrupadas en una multitud, entre las copas de los árboles de una y otra esquina los zanates revolotean en un incesante bullicio al pardear el sol, la plaza es espaciosa, con un pavimento adoquinado en bloques grandes roídos y acabados por el tiempo.
Fresnos y abedules se levantan por entre las baldosas viejas y renegridas tan altos como las mismas nubes, en sus gruesos troncos se develan los ayeres de la ciudad que han trascendido con sus cientos de historias que contar, una y otra vez se han podado y una y otra vez sus ramas les han brotado, sus edificios lucen con elegante cantera de antaño; el palacio de gobierno y el hotel jardín, y en el extremo oriental su parroquia fastuosa rodeada de jardines en su gran atrio. Edificios y comercios reunidos en torno a su kiosco lucen armónicos en la plaza de mil colores.
Se respira tranquilidad provincial acogedora y pacifica de cálido clima, donde todo mundo se dedica a lo suyo y se murmura de todos los demás en detallada comunicación de los asuntos ajenos, lugar donde se elaboran los rebozos de finos hilos que han trascendido por las fronteras más lejanas, hechos por manos expertas y como parte de una noble tradición viejísima, desde sus elementos primarios como las tintas hasta los hilares con los que se tejen las prendas de elegantes estilos en rústicos talleres en telares de madera, rebozos de delicados tejidos con diseños refinados y pulcros, de exquisito y detallados puntillos que embellecen sus remates. Donde el ambiente de su gente es cordial y con esa sazón de que todos se conocen y comparte sus creencias y misterios, sus tradiciones y leyendas, sus gustos y sus pasiones, sitio donde el vino corre y se fabrica un licor de frutas de fino linaje, un “mosquito” para degustar, es una de tantas tradiciones de la ciudad que sigue imperecedera por los años y reconocida por propios y extraños.
El barrio de la capilla de Jesús a inmediaciones de la plaza de toros fue testigo del nacimiento de Rolando, en un momento en que las avecillas entonaron sus melodías majestuosas y dieron a luz las flores más exóticas de rica fragancia, en una tarde de júbilo y bullicio. Hijo de una familia típica del lugar, de padre pintor y madre ama de casa, gozó de apapachos y cuidados sin miramientos, todos los dotes en torno a él, todas las caricias desbordándose e irradiándose hacia él como único poseedor de dicha y amor, cuidados recargados de unos y otros, todos los mimos a manos llenas, llevado y traído por las calles y entre los caseríos sin parar, abrazado por manos de todos lados, inquieto y conocido por doquier, ese era Rolando y así fueron sus primeros años de vida…
Un día nublado, opaco y de afligido amanecer de color plomizo, con jardines de flores marchitas y desvanecidas, de aves varadas solfeando lamentos de triste melancolía, con un sol desconsolado que no quiso salir y un cielo deshecho… un agitado aire helado corría como alma que lleva una profunda pena; se presentía un triste acontecer que a Rolando lo dejaría marcado para su existir, como huella indeleble difícil de ahogar y como estigma perverso en su alma y su ser, aún que no logró darse cuenta de lo sucedido, su intuición fue superior, su corazón se desplomó, sus ánimos se vieron mordidos por algo que suponía estaba por llegar, supo o presintió lo inevitable, supo que la luz que lo guiaría se había extinguido y de la gran soledad que le esperaba, en lo mas recóndito de su ser sabía que arrastraría una pesada pena convertida en cadenas, siguió en su peregrinar lleno de inquietudes y sin darse cuenta de lo que había perdido, algo que marco la diferencia en su vida y no lo notó en toda su intensidad hasta mucho después y sin reproches.
En el ambiente se respiraba una insólita tristeza con una atmósfera llena de luto, llantos y tragos amargos, lágrimas que rodaban desoladas y una féretro que jamás volveríamos a ver… prendidos los cirios que despedían un aroma llena de desgracia para todos, las flores de nardos adornaban la caja y embebían con su fragancia que golpeaba y restregaba aún más el dolorido acontecer, amargo día que no daba ninguna explicación, nadie daba una explicación, aún levantando los brazos al cielo para reclamar; a que se debió… no hay respuesta para nuestras desgracias, para esta y muchas desdichas no hay respuestas, nos parecen actos salidos de malévolos designios dirigidos por hirientes intensiones donde solo nos queda sopesar los destinos más insensatos quedando desprotegidos unos a otros de las desventuras que nos asedian. La criatura no se encontraba en tan fatal escenario donde yacía su madre, en el lecho eterno del que nunca se volvería a levantar, sin embargo, los dolientes solo una pregunta se formulaban, y ahora Rolando…?
Todo aconteció de manera natural en torno a su vida, solo que ya no se encontraba su madre, fue como si de repente solo se hubiera esfumado y desapareciera para siempre, nunca más la volvió a ver, ante todo esto surgieron cambios de manera compensatorios y con el afán de que los cercanos eventos se fueran disuadiendo con el tiempo, algunas de las caras familiares se empezaron a perder, ya no se veían como antes, se perdieron para nunca más surgir, fisonomías nuevas aparecieron en su vida con las cuales tuvo que iniciar su travesía.
Hubo una necesidad imperiosa de cambiar de radicación y migrar al barrio donde creció hasta su juventud, en parte, por el deceso pero también como un acuerdo. Sus calles estaban en mal estado, en un abandono muy notorio con hoyos por todos lados, de un empedrado inservible y tormentas de tierra que se levantaban en los tiempos de ventarrones, para las épocas de lluvias, se encharcaba el agua de tal manera que se hacia una tremenda laguna a mitad de la calle, en torno a ella se reunía la plebe a jugar echando barquitos de papel y objetos que flotaban usados para jugar, unos con canicas, otros al trompo y al balero, era una delicia andar por aquí y por allá explorándolo todo. En la casa de uno de sus amigos; el Mar (Martín), solía ser común andar merodeando en el carrizal, era una construcción vieja y de carcomido adobe con un patio trasero amplio, tenía al fondo toda una selva de carrizos con una extensión que daba hasta la casa del otro lado de la calle, ambas se comunicaban mediante esta selva de bambúes donde era una verdadera experiencia andar jugando a las escondidas y con los retoños de los carrizos, los cuales tenían la forma de una botella con un ramillete de hojas en la parte superior a manera de espoleta, se empleaban como proyectiles y era un festín lanzarlos contra el oponente, en una de esas múltiples aventurillas, al correr despavorido por entre los pasadizos del carrizal, Rolando tropezó y se fue de bruces cayendo por fortuna primero con sus brazos y después de manera inevitable, topándose con la punta de un gran carrizo sesgado, el golpe fue contundente y justo en la parte superior de su ojo izquierdo a la altura de su ceja propinándole una tremenda herida sin mas consecuencias que la simple abierta de la piel, la escena fue un drama para todos seguido de suspenso, gritos y llanto, al salir del carrizal todo fue un gran alboroto hasta que le avisaron a su mama y fue atendido de su dolor.
Sus días fueron trascurriendo de manera casi normal ya que por su corta edad en que ocurrió el deceso, para entonces todo había quedado en el olvido, su vida era aparentemente otra, en la escuela y en su barrio donde había bullicio, él estaba, ahí andaba metido por doquier, la calle era una extensión de su casa, era como el patio de su casa, ahí vivía y vivió sus más gratas y variadas experiencias, golpes y tropiezos, allí creció.
En una ocasión su asombro a lo desconocido lo dejo pasmado, la extrañeza a un hecho perturbador lo desconcertó de tal manera que pocas veces manifestó la gran conmoción que aquel encuentro tan desagradable le ocasiono. Un estremecimiento que en su vida lo había experimentado, en aquel entonces no supo, de que manera reaccionar ante tal evento por demás ignoto, incierto y de origen infrahumano. Solo la proeza de un individuo con consciencia clara y sensata debió de reaccionar de la misma forma, en que a su juicio solo así pudo tratar de sobreponerse y evitar lo peor, en un instinto de conservación natural a la reacción humana y sobria que tenia como alternativa ante tal efigie, haya sido ésta, imaginaria, de lo psíquico o real, pero se poso frente al él. Un ente inverosímil e inmóvil, inerte y silencioso colgado por una tiesa cuerda que representaba la misma malignidad, ocluyendo su cuello y prendido de una de las ramas de la hilera de pascuas que bordeaban el baldío al final de su casa y colindando con la gran pared de adobón. Su desfigura se asemejaba más a la de una bestia con fisonomía de un borrico de color uniformemente rojo encendido y ojos perdidos y penetrantes... difícilmente de olvidar en la mente de Rolando. Su reacción más inmediata solo fue huir del lugar con el corazón en la mano queriéndose reventar por las fuertes palpitaciones, sus desnudos ojos desorbitados no se movieron por un instante y sus párpados permanecieron sin movimiento. Con las zancadas perturbadas y titubeantes salió en desbandada sin la menor intención de voltear ni siquiera de reojo por un momento, esa experiencia la mantuvo muy a flor de piel en su memoria, y a la vez, no la compartió con nadie más quedando rezagada y diluida en el pasado.
Dentro de sus andanzas, hubo en particular un hecho que le aconteció y lo dejo tieso en su mente: A bordo del auto con su papá, un auto color rojo tinto quemado con interiores en el mismo tono, Rolando viajaba de pie en el asiento posterior, soportando el vaivén de las curvas de la carretera a Villa Guerrero, agitado, estremecido, se sacudía con movimientos violentos, con el corazón palpitante, excitado, nervioso, las manos sudorosas pero agarrándose fuertemente del respaldo equilibrando las sacudidas, tenso y a cada curva sentía que se le salían los ojos de las orbitas y el corazón trabajando con una aceleración descomunal, un sudor gélido resbalaba por su frente y espalda, tan helado que le transmitía un perpetuo temblor a todo su cuerpo, sentía que sus arterias le iban a estallar, sus labios resecos se veían casi blancos y la boca pastosa y con una sabor a tripas, no emitía sonido alguno, turbado por los barrancos abismales sentía que lo devoraban en cada curva, al llegar al lugar se empezó a tranquilizar y respiro profundamente un aire de alivio que pensó que nunca lo iba a lograr, su tez de un color cadavérico totalmente desencajado lo delato, su padre le pregunto que le ocurría, sin saber la respuesta no pronuncio palabra alguna, se acerco y lo miro, vio que su mirada era desorbitada, Rolando trataba de organizar sus ideas, sentía un ligero mareo y una especie de nauseas, no sabía donde se encontraba y le dieron ganas de sentarse:
- Que te pasa Rolando.
- No lo se… tengo miedo.
Un silencio de escasos segundos.
Ambos enmudecidos... y de pronto rompió el silencio diciendo;
- No, hijo no pasa nada, todo va a estar bien.
Lo abrazo y lo estrecho contra su pecho para sanar su miedo… De regreso disfruto del paisaje, no sintió las curvas, no sintió el viento, no sintió miedo…
SINFONICA DEL ESTADO DE MEXICO.
Como en la mayoría de las tardes, lo más importante en aquellos entonces era salir a vagar, disfrutar del momento, tal vez a solas, o con la compañía de algún cuate, todo era cuestión de una simple decisión para poder iniciar la travesía, siempre tratando de alejarme de mi entorno rutinario, buscando una identidad aparte, tanto física como mental.
Antes de partir, por un momento me recosté sobre mi cama y de esa posición identifique una de las cintas que se encontraba a mi alcance y la coloqué en la casetera justo atrás de mí, la música, es una pasión sin limites, un éxtasis sin control, un hormigueo que recorre cada una de las mil terminaciones nerviosas de mi ser provocándome la piel de erizo, pero además, una manera de vivir o mas bien de disfrutar la vida, esto implica un estilo que influye en mi personalidad, sus sonidos, su armonía y el mensaje que conlleva su melodía en sí misma, manejan una comunicación y un lenguaje espiritual, síquico y sociocultural que se emplea como un idioma, con una atmósfera que envuelve emociones y sentimientos, estados de ánimo y cierta rebeldía en ocasiones, es una manera de sentirse y de relajarse ya que representa ideas o eventos salidas de sus notas y que van mas allá del conocimiento teórico musical de quien la escucha, notas que llegan directo hasta alma y que la invaden de un sentimiento inmerso en sonidos y formas, sonidos y matices…fueron dos o tres rolas las que escuche mientras arreglaba algunas cosas que casi siempre me acompañaban, saque un libro, aún lo recuerdo, era el libro de GOG, de Giovanni Papini, un libro pequeño de ligero grosor, de lomo dorado y con pastas rígidas cubiertas en una imitación piel de tinte rojo escarlata y finos filetes dorados, eso fue un regalo que me hico el Tío Armando.
El morral de manta donde llevaba mis cosas era de color negro deslavado, - en realidad inicialmente era de color manta cruda, los usados para el azúcar de 5 Kg. – le cubrí el color con un esmalte negro el único a la mano, de tal manera que la textura que tenía era algo áspera y precisamente de un tono deslavadón, sin embargo, como complemento del estilo propio de la prenda, en su parte frontal tenía plasmado un emblema surrealista como era común en la época y una forma de sacar algo de la imaginación, una fotografía de la mente, hecho en una “técnica al óleo”, representaba un paisaje donde sobresalía un gran hongo multicolor, creo que de esos alucinantes… y el autor un servidor, sin más detalles.
Al apagar la gabacha, tome mis cosas y de esa manera salí más prendido, como si me hubieran encendido una mecha o dado cuerda para poder tomar mi rumbo, iba excitado y mi cerebro se sacudía en la caja craneana, seguía recordando los sonidos de la música de aquella cinta que era una de las que más me gustaba en ese tiempo, bueno y hasta la fecha, es una cinta de tal magnetismo, que me hacia viajar hacia horizontes inimaginables, de expectativas y aventuras, la música es un elemento clave e imperativo en mi vida y debería de ser así en la de todos, ya que puede llegar a despertar sensaciones con unas experiencias muy profundas en la vida, sensibilizar los sentimientos y expandir la mente a un criterio de grandes latitudes, es por eso que la música es toda una cultura.
Tomé el viejo y polvoriento camino de un costa del Calvario que hace su primera estancia en el mirador, a su arribo al primer descanso se aprecia una de las mejores vistas de la ciudad, la verdad es difícil pasar sin ni siquiera detenerte un instante para apreciar su grandeza, la mancha urbana del pueblo que me vio crecer, seguí camino arriba a Monte de Pozo por ese camino tortuoso lleno de tierra viva por donde solo caminar se puede, aún lo recuerdo, todo maltratado por las recientes lluvias y la constante erosión del paso del viento, había grandes rocas y profundos desniveles que le daban un toque muy singular, custodiado por matorrales a sus costados con un follaje en tono verde olivo espolvoreado por un maquillaje que cubría las hojas en su parte superior, piedras que rodaban por el camino, piedras que formaban parte de ese camino que me guiaba hacia la cima de la montaña.
El cerro desde su vista lateral presenta una forma imaginaria como de una “M”, al recorrer su costado se divisan sus dibujadas parcelas, repletas de maíz, al llegar a Monte de Pozo me tope con una casucha, un pequeño tendejón donde entre por unos cigarrillos:
- Tiene cigarros.
- De cuales, - respondió una sra. Regordeta con ropaje de trabajo de campo y un tanto descuidada, su rostro era de forma redonda con nariz muy ancha y tez marrón oscuro-.
- De aquellos, apunte, que cuestan? - no levantaba mucho la mirada mas que lo indispensable, prácticamente quería pasar desapercibido, sin embargo, la sra. No dejaba de mirarme, se que me checo de arriba hacia abajo, fue obvio que le parecía extraño y no le gustaba mi presencia, pero también era obvio que me tenía sin ningún cuidado, pero quería evitarlo al máximo –
- Tres cincuenta, los quiere?
- Si, tome.
- Hacia donde se dirige, para donde camina joven?
- Voy… rumbo a las Cruces – no quise dar mas detalles pero tampoco quise ser grosero –
- Gracias – se me quedo viendo, sentí que no me quito la mirada de encima, aún cuando ya había salido del local, y con una mirada furtiva la vi con cierta antipatía, continúe cuesta arriba.
En el trayecto empecé a sentir una ligera pero constante brisa tenue y apacible de esas que se siente en las épocas invernales, de repente algunas bolsas de aire me golpeaban más fuerte que hasta me levantaban del suelo a cada paso que daba.
A mi mano derecha el sol brillaba, pero su luz era céfiro, muy suave, tenue, y hacía un frío del demonio que recorría toda mi espalda, mi ropa era delgada y a demás corta, sobre todo la playera que el viento podía circular por todo mi torso, su cuello era de forma de ojal con vivos de color azul rey que sobresalían del verde pistache del resto, bonito color verdad?, mi preferida.
Al llegar a la primera cima tomé un receso, me senté en una gran roca que se encontraba fuera del pequeño camino y me dispuse a llenarme de humo la cabeza, el humo jugaba frente a mis ojos formando alongadas espirales como vírgulas que expresan un lenguaje difícil de entender, con su movimiento expresivo se desdibujan y se retuercen, danza con malabares que nunca se detienen hasta que se pierden en el espacio y solas se disipan. La vista panorámica desde ese lugar es sencillamente fabulosa, por el extremo izquierdo se aprecia la región oriente del valle de la ciudad, hasta la Tenería y profundizando la mirada en dirección hacia arriba los primeros cerros que llevan el camino a Malinalco, hacia la derecha de la misma vista hacia el sur y siguiendo la misma cordillera se dejan ver algunas confieras, en lo alto del cerro lo que sería el pueblo de El Carmen, hacia el poniente del valle se divisa la población de Santa Ana y la cuenca de Villa Guerrero, esta topografía se encuentra bajo un gran cielo donde las nubes se agolpan, juegan en innumerables poses, se disipan y se vuelven a reunir, tal parece que nunca terminan de moverse, el sol las baña, las acaricia y las maquilla, les da vida con gran dinámica, la luz del sol se filtra por entre los nubarrones creando una atmósfera de sutil penumbra, las nubes se mecen en ese movimiento caprichoso manado de los vientos, ese espacio infinito estaba ocupado en gran parte por un manto de nubes aborregadas dando un espectáculo sin precedentes, único, como si fuera la puerta del mismo paraíso, recuerdo que eran espacios y momentos que disfrutaba mucho.
Al continuar mi marcha seguí atraído por la primicia de lo que sería un fenomenal atardecer, pero el objeto principal era llegar a la cima de las Tres Cruces, de esta manera me dirigí precisamente con ese rumbo, fui cruzando cuanto sembradío de milpa me encontraba, éstos, eran no más de un metro de altura y de un color verde fresco, casi fosforescente, algunas de sus hojas estaban bañadas de un ligero rocío, perlas de agua cristalina y un apenas perceptible vapor se elevaba de ellas dando la impresión de que acababa de lloviznar, por entre los surcos, la tierra estaba húmeda y fangosa, creo que por ese camino que recorrí mis huellas quedaron plasmadas, a mi llegada busque un lugar para sentarme, al pie de la cruz mas próxima, la del extremo poniente, había unas grandes piedras a los pies de los troncos del suplicio las cuales servían de área de descanso para los peregrinos, de todas, una fue la elegida, seguramente aquella de forma más peculiar, de color o tinte especial o mejor aún la de mejor orientación y con vista más atractiva de aquel panorama que en esos momentos disfrutaba, sin antes continuar de lleno a admirar tan bello paisaje, mirando el transitar de las revoltosas nubes, viendo minuto a minuto aquel excitante atardecer lleno de tantas formas nuevas, de sensaciones que en ese preciso instante se pueden experimentar y que jamás lo volveré a tener delante de mi, me di cuenta, que solo en determinadas condiciones nos encontramos receptivos hacia esos encantos que nos permite de manera momentánea la madre naturaleza, condiciones a las cuales todos estamos facultados a poder apreciar y sin necesidad de “despegar los pies sobre la tierra”, sino solo con un poco de sensibilidad y de poder mostrarnos sencillos de corazón para poder ver lo que el creador ha puesto a nuestra disposición para poder disfrutar de ella aún que sea por un lapso momentáneo y por periodos tan cortos que sientes que el cielo se va; ya que son momentos que jamás en nuestra vida se volverán a presentar, sin embargo decidí fumar hasta el fin…
Envuelto en tan espectaculares acontecimientos, elevada excitación de los sentidos que rebasan nuestras dimensiones perceptivas, amen de que es algo que lo vemos de manera natural y sin tomarle la menor importancia, esta y existe a nuestro alcance y lo vemos, mas no lo apreciamos, no lo saboreamos, como en ese momento lo disfrute, y en momentos tan hechos a la medida saque mi libro y me dispuse a continuar con ese viaje de las letras que de ese volumen pude extraer…el tiempo sin detener su marcha fue testigo del espectáculo cumbre, de esa armonía que se puede dar entre el día que esta a punto de cesar y la entrada de la noche, en esa perdida de los rayos del sol y la filtración de las sombras en un relativo día y una tamizada noche…definitivamente tuve que dar por terminada la lectura y abocarme a la fastuosidad que estaba ya en puerta, el atardecer que bien valió la pena esperar, con sus colores dorados de calido tinte y las nubes que seguían su rítmico movimiento fue todo un agasajo, y casi sin percatarme, en el extremo opuesto del valle, al despejarse el oriente irrumpe la luna dentro del escenario, una luna que le faltaba una uña para ser llena de cara anaranjada extremadamente grande y con el conejo de cabeza, sentí que la sangre se me agolpara, este ya era un día de muchas sorpresas y muy, pero muy excitante, de repente algunas áreas del paisaje se encontraban encendidas por tonos ocres del crepúsculo y se volvían aún más brillantes por la luz lunar y en las sombras contrastaba una penumbra gélida y nebulosa, se empezó a formar un conjunto de luz y sombra, un claro oscuro se mantenía de tal manera que el camino de regreso apenas se miraba, permanecí por un momento más, tal vez una hora, no daba crédito a lo que estaba presenciado, la piel se me enchinaba y una helada bruma me envolvía, el viento me golpeaba de lleno y mis cabellos se enredaban, entornaba mis ojos para evitar las partículas de polvo, apretándolos cada ves más y más hasta quedar cerrados sentía que el mismo viento me elevaba de mi sitio quedando a merced de las fuertes rachas…alas desplegadas me suspendían y evitaban que fuera arrastrado por tremendo aire… pero recobraba la consciencia y mi chamarra se levantaba por las fuertes brisas; solo la luna me miraba, perdido en un profundo espacio oscuro con ese gran hoyo de color naranja tuve que regresar y emprender el camino hacia la gran ciudad, al ir descendiendo ya se veían las primeras chispas de las casas destacando la escasez de la luz diurna.
Cuando llegue al Mirador, ya era completamente oscuras y peor aún que las nubes en su peregrinar habían cubierto casi por completo la luna, el camino apenas se miraba y era incierto, en realidad no se veía nada, o por lo menos “yo no veía nada”, seguí el empedrado en dirección al Templo de El Calvario, a la altura de lo que es la entrada de una gran quinta como a unos cincuenta metros de su portón; yergue una torcida mata de bugambilias con sus flores de un vivo color morado de aspecto brillante casi fluorescente y para la temporada se ensalzaba aún más esta visión al estar rodeado de miles de pequeñas luciérnagas con sus destellantes y refulgentes luces que volaban por todos lados en torno de ella como candelas, ante tal deslumbre me detuve trastabillando con un temblor encandilador que se traducía en emoción, cegado por esa visión permanecí absorto, no lo podía evitar, mis piernas me temblaban, mi cuerpo oscilaba y de la frente resbalaban gotas heladas, mi espinazo estaba anestesiado por el abundante sudor y el aire céfiro que me invadía, intentaba moverme y no podía…a orillas del empedrado me abatí por un instante más, todo era calma…por fin mi mente se aliviaba y un suspiro termino por relajarme, por allá, uno que otro grillo cantor que se le ocurría romper el silencio, sí, creo que había un gran silencio, aún en estos momentos en que reflexiono sobre ello, así lo percibo, y entre tal mudez me pude dar cuenta de que a lo lejos se escuchaba música, la verdad no definía muy bien, pero era música y algo rara para mi, pensé por un momento que se trataba de la ambientación de la feria anual de pueblo que se celebraba en esas fechas - 8 de diciembre - pero no, esa música que a mis oídos llegaba, era música clásica, me levante y camine hacia abajo al atrio de la iglesia y cual ha sido mi sorpresa de que en el interior se ofrecía un concierto con la Sinfónica del Estado de México, para entonces, esta había sido la gota que derramara el vaso, casi me revolcaba de la conmoción y me dispuse a entrar y ocupar uno de los últimos lugares que aún quedaba, en ese momento se iniciaba uno de mis mas grandes experiencias en la música, no entendía lo que mis sentidos estaban percibiendo, nunca hasta entonces, había presenciado un espectáculo de esa naturaleza, considero que esa ocasión fue decisiva y en los momentos, tal vez más emotivos de mi adolescencia, siendo la piedra angular de mi gusto por la música.
El concierto fue todo un éxito, la concurrencia en realidad lo disfrutaba, el sonido era fenomenal, ya que la acústica que existe en el recinto es de suma importancia para este genero musical, de repente se dejaron sentir los sonidos mas graves de las percusiones; sentía que me retumbaban en el pecho y luego la tranquilidad y dulzura de los violines y así de esa manera se entretejían unos instrumentos con los otros a lo largo de todo el programa.
Ese concierto fue un verdadero viaje, un viaje matizado por la música que se esparcía por el espacio y evocaba un tiempo y su historia, sin embargo, en esos momentos la tuvimos a nuestro alcance y de la misma manera lo disfrutamos, en lo personal como algo nuevo y desconocido para entonces, a partir de esa fecha tuve cierta inclinación hacia la música clásica intentando conocerla aún más y más…
Termino el concierto y junto con él, esta nueva sesión…